jueves, julio 20, 2006

-Quiero proponer un Brindis-

Queridos amigos, hoy me desperté con hartas ansias de brindar y no porque sea alcohólico ni nada que se le parezca... Es por esta razón que me pasaré el resto de la noche brindando, vaciando la copa y volviéndola a llenar para vaciarla nuevamente, y así entrar sin siquiera saberlo en un largo pero intenso espiral sin destino cierto. Y cuando brinde, los voy a mirar a los ojos a cada uno de ustedes y cantarles un simple -¡SALUD!- y no por decirlo tantas veces decaerá su intensión, más bien todo lo contrario... a medida que pasen las horas, cada exclamación se irá poniendo más y más sincera, y cada brindis más certero.
Primero voy a empezar, para no ser ajeno a toda esta movida Bonobonense y Quilmeseña del 20 de julio, a brindar por mis amigos. Y a la larga son aquellos incondicionales que no aflojan, que les conozco hasta la mueca y la actitud mas inconciente. ¡Brindo por ustedes, amigos! Quiero pasar ahora a brindar por los pijamas y sus primas, las batas de baño, porque son ellos quienes se han llevado todo el glamour de nuestros tiempos presentes. ¿Quien, acaso, se atreve a decir que usa pijamas o batas de baño hoy en día? Brindo, entonces, por la vuelta de estos amigables ropajes a la cotidaneidad de nuestros actos, para que retorne la elegancia y la sutileza a la entrecasa argentina. Por último, ya habiendo brindado, uno por uno, por todos los jugadores que alguna vez jugaron en la selección argentina de fútbol, y uno por uno, por todos aquellos corajudos que no dudaron y se tiraron a la pileta sin apenas pensarlo dos veces, quisiera, con los ojos ya entreabiertos y el pelo encrespado, brindar por vos, pequeño duendecito juguetón que me mira desde ya rato en ese rincón oscuro del cuarto, burlándose con morisquetas milenarias y mostrando esas ensías casi caninas. Brindo por vos, que contradiciendo tu medio metro de alto, lográs hacerte conocer por el barrio entero, siempre apuntando con tu largo dedo índice, mi destino a seguir. Por eso, duendecito amigo, en esta mi última copa de la noche, quiero que me acompañes a mi aposento y me muestres mi cama donde suelo dormitar en mis noches de insomnio.

sábado, julio 01, 2006

Antropología de un Mundial

Frazer fue uno de los próceres de la Antropología que conocemos hoy en día. Entre tantas fenómenos sobre los que escribió, figura una distinción entre el hombre primitivo y el hombre civilizado. Antes de que aparezca la ciencia como epistemología, antes de que las relaciones de causalidad se apliquen como se aplican en la física, otras leyes imperaban a la hora de conocer y explicar la realidad. Entre otras se encuentra la "ley del contacto", la cual afirmaba la vigencia de las conexiones aún después de la separación; un individuo podía apoderarse de cabellos, recortes de uñas o ropas usadas por otro y quemarlas o mulitarlas de alguna otra manera, con la convicción de que a su antiguo dueño le pase lo mismo.
Debiéramos decirle a Frazer que ésta ley no se ha extinguido junto al hombre primitivo, o por el contrario, el hombre primitivo nunca ha dejado de ser tal. En el último mes que vivimos los argentinos, la denominada "ley del contacto" imperó por sobre todas las otras actuales. La selección nacional de fútbol partió de la Argentina hace dos meses. Ya separada de su lugar de origen, a miles de kilómetros de distancia y sin posibilidad alguna de mantener un contacto tangible con su gente, todos creíamos de una u otra forma que lo que hiciéramos aquí podía influir en el desempeño de la selección. ¡Pecho frío! ¡Referi botón! ¡Está abierto por la derecha! creyendo en lo más inconciente de nuestro ser, que nuestros gritos y alientos llegarían a destino. Las cábalas, las frases como: " En el Mundial tenemos que estar más juntos que nunca"; todas ellas, manifestaciones para creer que lo que hacíamos acá podría influir de una u otra manera en Alemania.
Con esto no critico nuestra actitud, tan sólo observo un fenómeno que si bien Frazer califica de primitivo, creo yo se aplica al hombre como conformación de una irracionalidad totalmente inexplicable. Algunos más que otros, en nuestras más ocultas intimidades creemos poder influir en acontecimientos inexorablemente ajenos a nuestro campo de acción, y por más que nos enseñen las leyes de Newton, seguiremos creyendo en algún tipo de relación causal inexplicable. Quién dice, una de esas, quizá funcione...

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